lunes, 22 de diciembre de 2008

El encuentro. Parte II

Diana tardó en comprender lo que Franco le estaba diciendo. Sintió los segundos alargarse, volverse horas. Ella había logrado acostumbrar sus ojos a la noche, sus palabras a la falta de las mismas, había logrado acotar sus deseos a 6 horas por semana. Ahora él le ofrecía la luz que tanto le habían rogado sus ojos y ella sólo podía sentir miedo.
Quiso decirle que lo habían extrañado las mañanas de domingo, las tostadas con manteca del desayuno, la ducha entreabierta, el césped a medio cortar. Pero no lo había hecho y sus palabras habían perdido sentido de tan añejas, de tanto no nombrarlas. Ahora que por fin se había acostumbrado a las ausencias, que había logrado disfrutarlas, que el cuerpo se había endurecido de veras, que los velos dejaban de ser tul…
No quiero, se dijo, no quiero, ya no. Ya no me sirve. Diana lo sintió acercarse.
Franco apoyó su pecho contra la espalda de ella, la rodeó con sus brazos, la acercó a la pared. La habitación blanca brilló de repente. La mano de Franco se posó en la mejilla de Diana, la acercó a su cuerpo. Ella dio una vuelta sobre sí misma despacio, enredó sus labios con los de él; volvió a cerrar los ojos.

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