
Desde chiquita me pareció terrible descubrir que a los hombres les faltaba su agujero allá abajo. No me extraña, para nada, que les sobre. Pero les falta.
¡Los cosieron, mamá!
Y nadie respondía.
¿Cómo hacen para vivir sin su grieta? Por dónde sacarán sus lágrimas. ¡Cómo puede un cuerpo contener tantos latidos!
Si por la boca se escapan las palabras, las lágrimas siempre se me escapan por mi agujero allá abajo. Y debe ser por eso que los hombres no lloran. Sin mi agujero las lágrimas se acumularían dentro hasta cubrirme entera. Hasta sacarme mi propia agua y descomponerlo todo.
¿Dónde esconderán sus recuerdos sin su grieta alada? Sin el vacío sin nombre que nos funda tierra adentro. Debe ser terrible tener el alma entera y cosida, llena de puntos tirantes que no dejan pasar el agua. Debe doler tanto cuando el alma se hincha gorda de aire peleando por salir; y los hilos tiran. Y entonces ellos no respiran, el corazón no se acelera y el alma no se hincha, gorda de aire, para que los puntos no tiren y el agua salada no se pudra dentro.